Sonidos
marzo 11, 2007
Vía el blog de Israel Centeno me encuentro con un post titulado Sonidos de la Furia donde puede leerse este episodio:
La semana anterior crucé una alcabala, estaban unos oficiales de tránsito terrestre y la Guardia Nacional en el puesto de Luís Hurtado, en la carretera vía a El Junquito. Mi primer impulso fue el de orillarme a coger aire, respirar, dar vuelta; allí estaban ellos, han cambiado los Fal por los Kalisnikov, pero no así la expresión carroñera. Hice un inventario: licencia, sí. Papeles del carro, sí. Cédula, sí. Certificado médico, vencido. Ah vaina, los vi con detenimiento, estaban haciendo circular la pequeña cola que se formaba frente a ellos, repartían algo; pensé: son unos panfletos: ponte el cinturón de seguridad, si conduces no bebas o amárrate a la vida; una campaña para prevenir accidentes; no me detendrían ni se les ocurriría constatar la fecha de vencimiento de mi certificado médico; a cambio, tomaría el panfleto educativo y continuaría mi plan de hacer la ruta de El Jarillo. Bajé el vidrio, extendí la mano y por reflejo la retiré, era un absurdo, estos guardianes de la carretera regalaban unos CDs muy rojos, en la cubierta resaltaba el torso inmenso y sonriente del rey y teniente coronel Hugo Chávez junto a la figura aperada del alcalde Barreto: “Sonidos de Caracas”. En otra circunstancia hubiese cabido la expresión, música para mis oídos; no pasa nada. Devolví el disco y el oficial lo lanzó de vuelta y con violencia al interior de mi auto, tuve reflejos y esquivé el roce cortante del regalo impuesto, pensé en contradevolverlo, en tirarlo más adelante, en deshacerme de él, retomar mis conductas díscolas y mear la mala prosa de Juan Barreto en donde pretende explicar las virtudes del socialismo del siglo veintiuno, cagarme en la cara de los símbolos del totalitarismo, llámense Bolívar, Chávez, Guaicaipuro o la mata que le da el nombre a mi ciudad; entonces, comprendí que debía sacar provecho, comunicar, mostrar la evidencia de cómo se pretende invadir no sólo las tierras y los bienes particulares, los espacios públicos, sino la intimidad y el espíritu del hombre: no habrá lugar donde no llegue, pretende decirnos el monigote autoritario de la carátula del CD; No habrá lugar en el que no me abrogue la representación de tu voluntad, ella será expresada por mi presencia sistémica; tu voz es mi voz y mi voz la voz del pueblo. El pueblo está en todas partes, mi voz es la voz del pueblo. Mi voz es la voz del pueblo. Mi voz es la voz del pueblo. Mi vos sos vos. Mi cuatrito y vos. Mi voz. Mi voz. Vos.
La mala prosa a la que se refiere Israel Centeno en su post es, además, una pieza significativa de ese museo vagamente marmoleado que es todo neosincretismo. Es esta:
Este es el único reino en el que creemos y el último imperio al que aspiramos: El de la amistad sin límites, el amor, la alegría, el trabajo liberado y el goce, que existen interpelando permanentemente a la solidaridad. En fin: vivir desde ahora en construcción, vivir sin miedo al socialismo. El nuevo socialismo que, desde la palabra, brota del manantial del cuerpo, se hace verdad como la humanidad progresista siempre hace posible la utopía, palabra concreta, siempre nueva, hecha de carne y huesos de gente de todos los caminos y confines, palabra-cuerpo que lucha y hoy nos visita, viene de vueltas y revueltas, trae con Hermes y Dionisios notiicas frecas de Prometeo, palabra anunciadora que de paso en paso se queda en la piel, hablando de muchas sensibilidades juntas; cuerpo común, cuerpo de todos, que ya está aqui viviendo para siempre
Juan Barreto
No está de más decir que quien escribe ese texto es el mismo personaje que puede verse aquí, aquí y aquí.
Pero el texto barretiano no está completo, sin embargo, si no se considera el contexto de imágenes en el que fue colocado: pulsando aquí, puede verse un escaneo del disco, donde las curiosamente estilizadas imágenes del teniente coronel Chávez y del alcalde Barreto se acompañan, al lado, de una característica representación del presidente vestido con una casaca militar verde oliva: como para no olvidar de dónde viene, al tiempo que se normaliza, se legitima.
La semana anterior crucé una alcabala, estaban unos oficiales de tránsito terrestre y la Guardia Nacional en el puesto de Luís Hurtado, en la carretera vía a El Junquito. Mi primer impulso fue el de orillarme a coger aire, respirar, dar vuelta; allí estaban ellos, han cambiado los Fal por los Kalisnikov, pero no así la expresión carroñera. Hice un inventario: licencia, sí. Papeles del carro, sí. Cédula, sí. Certificado médico, vencido. Ah vaina, los vi con detenimiento, estaban haciendo circular la pequeña cola que se formaba frente a ellos, repartían algo; pensé: son unos panfletos: ponte el cinturón de seguridad, si conduces no bebas o amárrate a la vida; una campaña para prevenir accidentes; no me detendrían ni se les ocurriría constatar la fecha de vencimiento de mi certificado médico; a cambio, tomaría el panfleto educativo y continuaría mi plan de hacer la ruta de El Jarillo. Bajé el vidrio, extendí la mano y por reflejo la retiré, era un absurdo, estos guardianes de la carretera regalaban unos CDs muy rojos, en la cubierta resaltaba el torso inmenso y sonriente del rey y teniente coronel Hugo Chávez junto a la figura aperada del alcalde Barreto: “Sonidos de Caracas”. En otra circunstancia hubiese cabido la expresión, música para mis oídos; no pasa nada. Devolví el disco y el oficial lo lanzó de vuelta y con violencia al interior de mi auto, tuve reflejos y esquivé el roce cortante del regalo impuesto, pensé en contradevolverlo, en tirarlo más adelante, en deshacerme de él, retomar mis conductas díscolas y mear la mala prosa de Juan Barreto en donde pretende explicar las virtudes del socialismo del siglo veintiuno, cagarme en la cara de los símbolos del totalitarismo, llámense Bolívar, Chávez, Guaicaipuro o la mata que le da el nombre a mi ciudad; entonces, comprendí que debía sacar provecho, comunicar, mostrar la evidencia de cómo se pretende invadir no sólo las tierras y los bienes particulares, los espacios públicos, sino la intimidad y el espíritu del hombre: no habrá lugar donde no llegue, pretende decirnos el monigote autoritario de la carátula del CD; No habrá lugar en el que no me abrogue la representación de tu voluntad, ella será expresada por mi presencia sistémica; tu voz es mi voz y mi voz la voz del pueblo. El pueblo está en todas partes, mi voz es la voz del pueblo. Mi voz es la voz del pueblo. Mi voz es la voz del pueblo. Mi vos sos vos. Mi cuatrito y vos. Mi voz. Mi voz. Vos.
La mala prosa a la que se refiere Israel Centeno en su post es, además, una pieza significativa de ese museo vagamente marmoleado que es todo neosincretismo. Es esta:
Este es el único reino en el que creemos y el último imperio al que aspiramos: El de la amistad sin límites, el amor, la alegría, el trabajo liberado y el goce, que existen interpelando permanentemente a la solidaridad. En fin: vivir desde ahora en construcción, vivir sin miedo al socialismo. El nuevo socialismo que, desde la palabra, brota del manantial del cuerpo, se hace verdad como la humanidad progresista siempre hace posible la utopía, palabra concreta, siempre nueva, hecha de carne y huesos de gente de todos los caminos y confines, palabra-cuerpo que lucha y hoy nos visita, viene de vueltas y revueltas, trae con Hermes y Dionisios notiicas frecas de Prometeo, palabra anunciadora que de paso en paso se queda en la piel, hablando de muchas sensibilidades juntas; cuerpo común, cuerpo de todos, que ya está aqui viviendo para siempre
Juan Barreto
No está de más decir que quien escribe ese texto es el mismo personaje que puede verse aquí, aquí y aquí.
Pero el texto barretiano no está completo, sin embargo, si no se considera el contexto de imágenes en el que fue colocado: pulsando aquí, puede verse un escaneo del disco, donde las curiosamente estilizadas imágenes del teniente coronel Chávez y del alcalde Barreto se acompañan, al lado, de una característica representación del presidente vestido con una casaca militar verde oliva: como para no olvidar de dónde viene, al tiempo que se normaliza, se legitima.
Al son de la música, naturalmente. Al son que toca vivir. Como en una partitura que debe ejecutarse por decreto.
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P. E. Rodríguez/R.Coll @ 2:37 p. m.,